Las cosas que se te pierden siempre están en el último lugar donde las buscas. Algo así dice esa frase. Pero no solamente aplica en las llaves, el control, el celular o la mochila. Aplica también en ese órgano que hace que funcione todo el cuerpo, el que bombea sangre y al que le hemos adjudicado el título de Portador de Sentimientos: el corazón. Ese pobre órgano lleva un peso grande encima. No sólo mantiene vivo al cuerpo sino que hemos creado la ilusión de que mantiene viva el alma, las emociones. De que se rompe cada vez que alguien nos lastima. De que sonríe cada vez que nos enamoramos. Por alguna razón necesitamos algo físico que nos ayude a entender lo que no podemos ver. Necesitamos hacerlo real de alguna manera.Habría sido interesante que hubiéramos escogido otro órgano al cual adjudicarle esos poderes y así tal vez en lugar de agarrarnos el pecho cuando nos duele algo emocionalmente nos agarraríamos otra cosa. En fin.
Ese órgano también parece que se nos pierde. Como las llaves, como la billetera, como el control. Pero está claro que no se pierde físicamente sino que se pierde cuando por varios motivos, no nos permitimos sentir. Después de que se rompió, se volteó, se lastimó, nos cuesta trabajo encontrarlo. ¿Mecanismo de defensa? Puede ser. ¿Terapia intensiva? Tal vez. ¿Apatía? En una de esas. Pero de repente, después de buscarlo por un tiempo, ahí está, donde menos lo esperamos. Lo encuentras cuando estás caminando un día cualquiera por un camino cualquiera en un momento cualquiera y sientes un leve salto en el pecho que te avisa que lo encontraste otra vez. El equivalente a encontrarnos el control de la tele adentro del refri. ¿Cómo llegó ahí? Quién sabe pero sería el último lugar donde buscaríamos. Y ahora sí, ya le puedes cambiar de canal.
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